Para
recordar a Jorge Ernesto Leyva
Aún
resuena en mi memoria la voz de Humberto Tafur Charry, escritor huilense ya
fallecido, cuando en la década de los años sesenta recitaba en cantinas y
escenarios públicos un poema que llenaba su corazón. El autor del poema era
Jorge Ernesto Leyva. Aún muy joven, pensaba yo que el autor debía ser uno de
aquellos personajes del parnaso colombiano, ya fallecido. Uno de sus versos
decía “yo no puedo sembrar flores donde
se venden escopetas”.
Lo conocí en Ibagué y la emoción que
sentí al verlo fue enorme. Tener al lado una de las voces contestatarias y
sociales más relevantes de la poesía nacional, me llenó de orgullo. Además, no
sólo estaba vivo (nació en Ibagué en 1937) sino escribiendo con la misma
emoción y la misma lucidez de aquellos versos que se quedaban en la memoria de
la gente. Su secreto radicaba en resumir en su poesía sentimientos profundos
del alma popular, sus deseos reprimidos, y llevar a la literatura, con calidad
meritoria, el sentimiento de los pueblos.
Después de seis años de su muerte
(Bogotá, 2008) escribo estas palabras para recordarlo, porque me duele que el
olvido cubra sus obras, como tantas otras de nuestros autores ya fallecidos. Jorge,
o Jorgesito (como contaba que le decía Pablo Neruda) había nacido en Ibagué en
1937 y estudió en el Colegio San Simón de su ciudad natal. Uno de sus
biógrafos, el maestro Rogelio Echavarría, nos dice de él en su libro Quién es quién en la poesía colombiana
lo siguiente:
“Estudió
derecho y ciencias políticas en la Universidad Libre de Bogotá. En París fue
periodista, activista de la revuelta estudiantil de mayo del 68 en la barricada
de Gay Luzca; vendedor de frutas en Les Halles, cantante de tangos en el Bar
Veracruz de la Garé du Nort. Siguió un largo periplo en el cual estudió
literatura, historia del cine y del Oriente (India y China). Visitó Praga y
Estocolmo, donde fue profesor de literatura colombiana en el Instituto
Iberoamericano. Allí fue alumno de Carpentier, conoció y fue amigo de Neruda,
Asturias, Himmet, De Greiff, Dalton y Alberti. En Pekín participó en la
revolución cultural maoísta y fue periodista de Radio Pekín. En su patria chica
fundó la Extensión Cultural de las Universidades del Tolima y Libre de Bogotá,
así como la de su departamento en 1959. Director del Instituto Tolimense de
Cultura y de los suplementos literarios de Tribuna Gaitanista y de El Cronista
de Ibagué. Ha traducido a poetas franceses”.
El legado del maestro, fuera del
recuerdo entrañable de su amistad, de su humanismo siempre activo, se encuentra
contenido en sus libros publicados “No es
una canción” (1959), “Poemas de
ausencia” (1962), “La ceniza es el
infinito” (1963), “Territorios y
ausencias” (1978), “Diario de
invierno” (1975 y 1992), “Memorias de
los caminos, (antología publicada en 1996), “La siesta de los dioses y otros poemas” (2002) y “Sólo amor” (2008) También dejó consignada
la historia de Ambalema en su libro Santa
Lucía de Ambalema: historia de la nostalgia y preparaba igualmente la
historia del Colegio San Simón.
Leerlo es el mejor homenaje que se le
puede hacer a quien vivió para la cultura y la poesía.
El crítico Jorge Ladino Gaitán habla de
su libro Diario de invierno en los
siguientes términos: “a través de una poesía
equilibrada explora, en la expresión
y profundamente evocadora, las contradicciones de las guerras, la soledad de
los caminantes y la fraternidad de los exiliados. Este poemario fue escrito en
París en la década del sesenta. En 1975, el Centro de Publicaciones y Ayudas
audiovisuales de la Universidad del Tolima publica “Diario de invierno”, un
libro donde, además del poemario del mismo nombre, figuran otros textos líricos
donde subyacen, en forma más pronunciada, temáticas de corte social.
Precisamente éstos poemas dejarían de aparecer en las antologías del autor o en
un libro editado en 1992 por la Editorial Magisterio que, bajo el nombre de
“Diario de Invierno” recoge, además de los poemas escritos en Paris, dos
poemarios titulados “Tzunguo, el país del centro” y “Poesía de ausencia”.
El viaje definitivo del maestro dejó un
gran vacío en la poesía colombiana. Y en sus amigos la honda tristeza de su
ausencia.