jueves, 27 de febrero de 2014

Para recordar a Jorge Ernesto Leyva

Aún resuena en mi memoria la voz de Humberto Tafur Charry, escritor huilense ya fallecido, cuando en la década de los años sesenta recitaba en cantinas y escenarios públicos un poema que llenaba su corazón. El autor del poema era Jorge Ernesto Leyva. Aún muy joven, pensaba yo que el autor debía ser uno de aquellos personajes del parnaso colombiano, ya fallecido. Uno de sus versos decía “yo no puedo sembrar flores donde se venden escopetas”.
Lo conocí en Ibagué y la emoción que sentí al verlo fue enorme. Tener al lado una de las voces contestatarias y sociales más relevantes de la poesía nacional, me llenó de orgullo. Además, no sólo estaba vivo (nació en Ibagué en 1937) sino escribiendo con la misma emoción y la misma lucidez de aquellos versos que se quedaban en la memoria de la gente. Su secreto radicaba en resumir en su poesía sentimientos profundos del alma popular, sus deseos reprimidos, y llevar a la literatura, con calidad meritoria, el sentimiento de los pueblos.
Después de seis años de su muerte (Bogotá, 2008) escribo estas palabras para recordarlo, porque me duele que el olvido cubra sus obras, como tantas otras de nuestros autores ya fallecidos. Jorge, o Jorgesito (como contaba que le decía Pablo Neruda) había nacido en Ibagué en 1937 y estudió en el Colegio San Simón de su ciudad natal. Uno de sus biógrafos, el maestro Rogelio Echavarría, nos dice de él en su libro Quién es quién en la poesía colombiana lo siguiente:
Estudió derecho y ciencias políticas en la Universidad Libre de Bogotá. En París fue periodista, activista de la revuelta estudiantil de mayo del 68 en la barricada de Gay Luzca; vendedor de frutas en Les Halles, cantante de tangos en el Bar Veracruz de la Garé du Nort. Siguió un largo periplo en el cual estudió literatura, historia del cine y del Oriente (India y China). Visitó Praga y Estocolmo, donde fue profesor de literatura colombiana en el Instituto Iberoamericano. Allí fue alumno de Carpentier, conoció y fue amigo de Neruda, Asturias, Himmet, De Greiff, Dalton y Alberti. En Pekín participó en la revolución cultural maoísta y fue periodista de Radio Pekín. En su patria chica fundó la Extensión Cultural de las Universidades del Tolima y Libre de Bogotá, así como la de su departamento en 1959. Director del Instituto Tolimense de Cultura y de los suplementos literarios de Tribuna Gaitanista y de El Cronista de Ibagué. Ha traducido a poetas franceses”.
El legado del maestro, fuera del recuerdo entrañable de su amistad, de su humanismo siempre activo, se encuentra contenido en sus libros publicados “No es una canción” (1959), “Poemas de ausencia” (1962), “La ceniza es el infinito” (1963), “Territorios y ausencias” (1978), “Diario de invierno” (1975 y 1992), “Memorias de los caminos, (antología publicada en 1996), “La siesta de los dioses y otros poemas” (2002) y “Sólo amor” (2008) También dejó consignada la historia de Ambalema en su libro Santa Lucía de Ambalema: historia de la nostalgia y preparaba igualmente la historia del Colegio San Simón.
Leerlo es el mejor homenaje que se le puede hacer a quien vivió para la cultura y la poesía.
El crítico Jorge Ladino Gaitán habla de su libro Diario de invierno en los siguientes términos:a través de una poesía equilibrada explora, en la expresión y profundamente evocadora, las contradicciones de las guerras, la soledad de los caminantes y la fraternidad de los exiliados. Este poemario fue escrito en París en la década del sesenta. En 1975, el Centro de Publicaciones y Ayudas audiovisuales de la Universidad del Tolima publica “Diario de invierno”, un libro donde, además del poemario del mismo nombre, figuran otros textos líricos donde subyacen, en forma más pronunciada, temáticas de corte social. Precisamente éstos poemas dejarían de aparecer en las antologías del autor o en un libro editado en 1992 por la Editorial Magisterio que, bajo el nombre de “Diario de Invierno” recoge, además de los poemas escritos en Paris, dos poemarios titulados “Tzunguo, el país del centro” y “Poesía de ausencia”.

El viaje definitivo del maestro dejó un gran vacío en la poesía colombiana. Y en sus amigos la honda tristeza de su ausencia.